sábado, 4 de diciembre de 2010

HASTA QUE LLEGUE EL CABALLERO

, en uno de los periodos
más oscuros de la historia de Escocia, pero no tan
distante que el tiempo haya borrado su recuerdo, uno de
los grandes jefes del clan MacKenzie se enorgullecía
de ser el dueño de un carácter recio y una estricta rectitud.
Conocido como Ranald el Formidable, el nombre
de este indomable guerrero infundía respeto mucho más
allá de las fortalezas de las tierras altas de su escarpado
Kintail.
A pesar de ser un hombre muy hábil, capaz de mantener
la paz en ese vasto país de montañas oscuras y cañadas
tenebrosas, Ranald el Formidable tenía dos perturbadoras
debilidades: un filón de codicia, que en algunas
ocasiones rivalizaba con la bondad de su corazón, y una
clara tendencia a la arrogancia.
Estas imperfecciones resultaron fatales cuando un
humilde hijo ilegítimo de su clan se enamoró perdidamente
de la hija del líder de un clan vecino. La pericia y la destreza
física de este simple pastor, de nombre Cormac,

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rivalizaban incluso con las del mejor hijo de Ranald el
Formidable, cosa que disgustaba sobremanera al poderoso
terrateniente.
Cormac decía que la joven, una doncella muy codiciada
por su belleza y buen carácter, lo amaba con el
mismo fervor, pero esta afirmación sólo logró asegurar
que el destino le jugara una mala pasada.
En efecto, cuando el muchacho abordó al jefe de su
clan para que lo ayudara a reunir las riquezas suficientes
para poder casarse con ella, sólo obtuvo falsas esperanzas
y promesas vanas que pronto cayeron en el olvido. Un día
lluvioso y con fuertes vientos, Cormac debía emprender
una travesía hasta los confines más remotos de Kintail, las
oscuras costas del lago Hourn, para escalar hasta el punto
más alto de los acantilados, donde había una particular
formación de rocas que se asemejaba a una puerta gigante.
Si al llegar a ese arco natural era capaz de balancearse sobre
un solo pie, sería considerado digno de casarse con la
hija de cualquier líder. Y para celebrar su arrojo y agilidad,
sería recompensado con el doble de la dote de la doncella
que deseara desposar.


Desafortunadamente, tal como lo relatan los lugareños
con emoción, en el momento mismo en que Cormac
culminó su increíble hazaña y empezó a descender,
se le enredó el pie en la punta de una de las piedras y se
precipitó al vacío a encontrarse con la muerte. Murió sin
saber si su señor habría mantenido su palabra.
El único que lo sabía era Ranald el Formidable y
con el tiempo la culpa sobrepasó su codicia y su orgullo,
y la naturaleza bondadosa de su corazón por fin triunfó,
borrando para siempre su lado oscuro.
La formación rocosa fue bautizada como La Piedra
del Bastardo en honor del joven Cormac, y a su sombra se
construyó una formidable fortaleza: el castillo Cuidrach,
hogar de los fuertes y valerosos.
Desde esos tiempos remotos, Cuidrach se convirtió
en la orgullosa herencia que reservaba el clan MacKenzie
para los guerreros que se destacaban por su valor entre los
hijos ilegítimos del clan. En cada generación, uno de esos
fuertes muchachos era elevado de su modesto origen y
recibía la distinción de ser el Guardián de Cuidrach.
Esta tradición se mantuvo a lo largo de los siglos,
pero llegó un día en que uno de los bastardos favorecidos
se volvió tan malvado que la perfidia de sus actos obligó
al clan a revocar el privilegio y, como consecuencia, Cuidrach
quedó abandonado durante muchas décadas.
Sin embargo, hoy Cuidrach tiene un nuevo guardián:
un musculoso joven del clan, con el mismo carácter
fuerte y la rectitud a toda prueba de su remoto antepasado
Ranald el Formidable.
Y si a lo largo de las agrestes tierras costeras de Kintail,
las colinas azotadas por el viento pudieran moverse,
seguramente lo harían sin descanso, mientras el viento que
corre entre las rocas murmura sobre la existencia de una
antigua falta y suplica que finalmente se corrija.

Hace mucho tiempo

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